Resulta patético observar la entrega de los futbolistas hasta caerse de culo sobre el césped, completamente fundidos. Hacen lo que pueden, más incluso de lo que sus fuerzas aguabtan, y no les ganan a nadie. El arranque de la temporada es lamentable, con solamente tres puntos antes de jugar contra los grandes. El desastre es peor incluso que el de la temporada pasada, cuando hacíamos el ridículo visitando los estadios de los grandes. Pero ahora, hasta el Sporting es capaz de ponernos en evidencia; pudo golearnos después del 0-2 y solamente su soberbia permitió que nos acercásemos en el marcador hasta forzar las tablas.
He dejado de sufrir. Ya no siento dolor ni vergüenza, pero tampoco me apetece acudir a la Romareda. Y mucho menos viajar, pensando en que esta temporada puedan hacernos más de diez goles, hundiéndonos en el fango hasta ahogarnos y morir entre nuestros propios vómitos. Temo el ridículo, el ensañamiento de los adversarios, el horror de batir récords humillantes, el descuartizamiento del zaragocismo y hasta su posible desaparición.
Es tan injusto como grosero que esto termine de esta manera. Y que el Real Zaragoza se arrastre dando lástima, llorando su desgracia y sin más esperanza que termine el dolor con una muerte rápida. Algo, que a estas alturas de la temporada, es imposible.