lunes, 18 de octubre de 2010

Esto aún no ha terminado

Llevamos un par de meses de competición, siete partidos disputados, y el desencanto ya ha mordido como una bestia voraz a la afición del Real Zaragoza. Y al propio club, que se desmorona como un edificio en ruinas empujado por la pala de la excavadora. Pero nos queda mucho tiempo de sufrimiento, de cólera reprimida, de horror por comprobar cuál es nuestro fondo. Perder en San Mamés es algo lógico dadas las estadísticas, pero regalar el partido me parece lamentable. A los diez minutos ya habíamos encajado el primer gol y a los 20, el segundo. La goleada parecía cantada y la reacción de los blanquillos era nula.

Gay había fracasado en su intento de darle la vuelta al equipo con el regreso al lateral izquierdo de Ponzio, la entrada de Pinter en el centro del campo y la presencia de Braulio por la banda derecha. Y el argentino anduvo perdido por el costado, el húngaro perdió el control y terminó siendo expulsado y el canario vio gol superado el tiempo reglamentado cuando jugó en el área, donde rentabiliza su escasa capacidad anotadora.

Hay que intentar cambiar algo antes de la llegada del Barcelona. Ganarle a los catalanes es una misión imposible y solamente nos queda el recurso de evitar que se encaje una goleada de escándalo que nos hunda todavía más la cabeza en el barro. No quiero ni pensar si marcan seis, ocho o diez goles, algo que no es imposible dada la peligrosidad ofensiva de los azulgrana, las ganas que tienen de hacer algo grande en este comienzo irregular de temporada, y la debilidad de los blanquillos. No sé si el marcador de la Romareda está preparado para los dos dígitos, en la que podría ser la mayor humillación de la historia de la Primera División.

La verdad es que estoy cansado, sin apenas ganas de seguir luchando, sin una luz en el horizonte que me proponga una ilusión a la que agarrarme. Estoy sufriendo la peor experiencia en toda mi vida profesional y me encuentro tan lastimado y dolorido que solamente quiero que termine esta tragedia. Lo malo es que la agonía va a ser lenta, muy lenta, y que la pesadilla no ha hecho sino comenzar.