lunes, 7 de diciembre de 2009

Y aún no hemos tocado fondo, amigos.

A mi no me ha sorprendido la derrota del Real Zaragoza en Mestalla. De hecho, la esperaba porque las tendencias no cambian de un día para otro y este equipo está roto. La plantilla es una de las peores de los últimos cincuenta años y el entrenador se ha rendido. Sabe que tiene sus días contados. Lo sabe hoy y lo sabía desde que le tomaron el pelo con la construcción de un equipo que no es competitivo. No había manera de salvar la categoría en Primera División en estas circunstancias y las promesas de éxito tras el ascenso se han quedado en papel mojado. Agapito y compañía salvarán el culo durante unas semanas más después de cesar a Marcelino cuando se consume el escándalo de la Romareda si se pierde con el Athletic y el bochorno de recibir una goleada de escándalo en el Bernabéu, si dios no lo remedia.

Entonces se le echará la culpa al técnico, se dirá que era la única solución posible y que lamentan la decisión. Vamos, otro despilfarro más, pagarle lo que no se tiene a un entrenador por dos temporadas que no va a cumplir por un ascenso agónico para volver a bajar a Segunda División. Sin patrimonio futbolístico, con una deuda espeluznante y con un carro de goles en contra que harán historia en el palmarés de este equipo.

Solamente la contratación de un par de futbolistas en el mercado de invierno que le den gol y seguridad a la plantilla, servirían para darle un golpe de timón al Real Zaragoza. O que haya tres equipos peores y nos salvemos de milagro, después de arrastranos en la ciénaga durante toda la temporada. No soy vidente, ni profeta; pero no hay que ser un premio Nobel para saber que si las cosas van mal tienen tendencia a ir peor y que no hay peor ciego que el que no quiere ver. Y en este club nadie asume su culpabilidad y esparce la mierda por todos los lados para quitársela de encima.

Marcelino ha arrojado la toalla y los jugadores saben que su final está cerca. Ahora intentarán salvarse como puedan haciendo la guerra por su cuenta, esperando acontecimientos. Y mientras tanto, la afición asume la decrepitud de un club que un día fue grande y que ahora es una sombra difusa. La pesadumbre es aún mayor que la rabia y el llanto ha dejado paso a la resignación.