Después de presenciar los partidos del FC Barcelona y del Real Madrid en la vuelta de la Supercopa y el Trofeo Santiago Bernabéu, respectivamente, las peores pesadillas sobresaltan mis sueños. Jugar contra ambos equipos va a ser una experiencia tan sumamente traumática que los cuatro partidos se me antojan terroríficos.
Es cierto que el Athletic llegó con varias bajas y la eliminatoria sentenciada al Nou Camp y que el Rosenborg actual dista mucho del aquel equipo noruego que sorprendía hace algunos años. Pero la ferocidad ofensiva de ambos clubes puede ser brutal frente a un equipo endeble en defensa y con escaso carácter competitivo desde hace varias temporadas. Ninguno de los dos estadios se le da bien al Real Zaragoza y la Romareda ha sido golosa para merengues y culés en los últimos veinticinco años. Aún recuerdo el 1-7 de la Romareda la temporada de los 107 goles del Real Madrid y el 1-6 del Barça poco después, en dos tardes negras para el zaragocismo. Como el 8-1 en la noche de los tiempos en el desaparecido campo de Les Corts o el 7-2 mucho más reciente del remozado Chamartín.
El nivel del Real Zaragoza es, ni más ni menos, que el de un recién ascendido. Que no se ha reforzado de manera eficaz y que aspira, de momento, a la permanencia. Por eso me preocupa que se pueda llevar un saco de goles en los enfrentamientos contra ambos clubes que pueden darse un opíparo festín si el transcurso de la temporada presenta las mismas características que en los dos últimos enfrentamientos contra el Numancia y el Getafe.