lunes, 15 de noviembre de 2010

Lógico, por otra parte

El Sevilla tiene mejor plantilla que el Real Zaragoza y una trayectoria diferente a la del club aragonés el último lustro. Manzano es un técnico más experimentado que Gay y los andaluces tenían una tendencia mucho más favorable que los maños, ya que habían ganado con solvencia al Valencia y arrollaron a su rival en la Copa. Los blanquillos venían de una agónica victoria frente al Mallorca, con un penalty en el minuto 95, y fueron arrojados de la Copa por un segunda el miércoles. Con estos precedentes y la misterioso lesión de Contini que al final jugó, la bronca en el vestuario después del partido de Copa y las palabras de Edmilson contra la táctica empleada por el entrenador, lo normal era que ganase el Sevilla.

La derrota fue especialmente dañina porque se produjo con un hombre más y cuando se habían levantado expectativas de empatar. Como siempre, cuando se dejó la defensa de cinco y se rompió el partido, dejando que el escaso talento de los futbolistas del Real Zaragoza. Bertolo la emprendía con un aficionado, Nayim se descamisaba y Gay veía con impotencia una derrota más, la sexta en once partidos que le devuelve al farolillo rojo. Está superado por los acontecimientos, inmerso en la paradoja de un servilismo atroz en favor de quien le dio la oportunidad de entrenar en Primera pero que no confía en él y le mantiene porque es barato y un cabeza de turco excepcional para cuando necesite entregarle a la afición.

Es una lástima pero mis predicciones antes de comenzar la temporada se han cumplido. La plantilla es limitada y está descompensada, el entrenador no aguanta la presión y se refugia en una burbuja de optimismo en la que no cree ni él y el presidente vive en otro mundo. En el suyo, en el de las supuestas promesas incumplidas y en el de la soledad más absoluta. No tiene a nadie a su lado y cada vez se vuelve más "mesías", con la convicción en que él solucionará la crisis con un plan que no tiene ni pies ni cabeza.

Y mientras tanto, la afición sufre el sentimiento de abandono más profundo y quiere dejar de sufrir. Por eso está entregada ante el desastre y ya no le importa estar sumida en el abismo más profundo. Tantos golpes le han hecho casi insensible al castigo y espera que esto pase. Pero la agonía será lenta e implacable. A no ser que empiecen a cambiar las cosas de verdad y alguien nos eche una mano para salir de las profundidades abisales. Porque, por nosotros mismos, será imposible un nuevo milagro.