Ya no se trata de una opinión, no es algo subjetivo. La realidad supera la ficción y el pésimo balance de la temporada empeora una década terrible fuera de la Romareda. No le ganamos a nadie, no jugamos un pimiento y solamente miramos hacia el marco contrario cuando la necesidad aprieta.
Lo malo es que nos vamos acostumbrando a tan escaso equipaje y nos parece bien cualquier cosa. Incluso empatar en el campo del colista, con una grave crisis económica y deportiva, al margen de los continuos cánticos en contra del entrenador, más fuera que dentro.
Pero no aprovechamos el regalo del penalti (hasta entonces no habíamos disparado entre los tres palos y era el minuto 48 de partido) y damos un paso atrás, favoreciendo la reacción de un adversario que parecía muerto.
Y luego sale Marcelino desviando la atención con una historieta sobre el estado del terreno de juego y la incompetencia del jardinero; él conoce estas argucias y las emplea con éxito y con frecuencia, culpando a todo el mundo del mal juego de su equipo para evitarle tensión añadida a sus jugadores.
Total, que tras una primera parte aburrida hasta el bostezo, en la segunda llegan los goles, las expulsiones, los salivazos, las escaramuzas en ambas áreas y las urgencias. Esta es nuestra liga, la del mal juego, la de las escasas ocasiones de gol, la de coquetear con las últimas posiciones de la tabla a la espera que haya tres equipos peores que nosotros.
Y así las cosas, nos visita el próximo fin de semana Osasuna, acuciado por los resultados adversos pero acostumbrados al barro y con un carácter superior para desenvolverse por las cloacas de la Liga.