Otra salida a un campo de los llamados grandes, otra goleada. Era de esperar porque se trata de un equipo débil, sin carácter y que solamente aspira a la permanencia. Y en realidad, abandoné Mestalla con alivio porque López Vallejo detuvo cuatro o cinco balones de gol que hubieran supuesto una nueva derrota de escándalo lejos de la Romareda. Era de suponer y no hace falta ser un profeta para vaticinar una realidad que desde el comienzo de temporada es evidente.
La plantilla es insuficiente, sin futbolistas de referencia y con un sistema de juego válido para equipos aguerridos y acostumbrados a devaneos con los últimos puestos de la clasificación. Jugamos a lo que salga, sin convicción y con unas ganas tremendas de terminar sin encajar un castigo exagerado. Así es imposible lucir el tipo en una competición que no está hecha para nosotros, que nos viene grande y donde sólo podemos aspirar a eludir el descenso.
Marcelino es listo y en la rueda de prensa habló de la manía que le tiene Muñiz y que la expulsión fue un capricho del árbitro. Culpó de la derrota al gol concedido en supuesto fuera de juego de Villa y a los dos errores que tuvo la defensa en un par de minutos, protagonistas del 3-0 de la primera parte. Puede que no le falte razón, pero los fallos se pagan muy caros, sobre todo en la Primera División.
Menos mal que sólo fueron tres y que está la Copa por delante. A este paso, llegaremos a los ochenta goles encajados después de ser vapuleados dos veces por los cuatro grandes. Solamente queda el Bernabéu, donde una tarde inspirada de las estrellas del Real Madrid nos pueden volver a marcar siete, como hace veinte años. O más, si para entonces ha regresado Cristiano Ronaldo.