Otra decepción, una nueva bofetada a los seguidores del Real Zaragoza. La Copa no redimió a los blanquillos de la vergüenza de Barcelona y mostró otra vez sus carencias ante un adversario inferior. Y es que no solamente se enfrentaban al farolillo rojo de la competición, sino que un puñado de los jugadores que salieron a la Romareda, eran los suplentes.
A este Zaragoza le falta continuidad, contundencia y gol. Le sobra nerviosismo, indecisión e improvisación. Colocar a Ander Herrera por la banda izquierad es condenarle al fracaso. El canterano rinde mejor con aire a su alrededor, situado en la media punta, inventando jugadas de gol cercano al área rival. Colocarlo en un costado significa penalizarle con un trabajo físico para el que no está preparado y amputándole su creatividad.
Pero ese sería un mal menor si el equipo, que suele comenzar bien los partidos, no se diluyera como un azucarillo en las segundas partes. Parece no tener gasolina al final y es entonces cuando los adversarios hacen un par de cambios y vuelven loca a una defensa que no tiene apoyos en el centro del campo y ofrece una delantera cortocircuitada.
Nos hemos jugado la Copa si no se produce un cambio fundamental el próximo día 10 en la Rosaleda, si tenemos en cuenta la disminución del potencial blanquillo fuera de casa. Recuerden, dos goleadas en Sevilla y Barcelona, una derrota más en el campo del Atlético de Madrid con dos penalties a favor y un empate en Gijón. Un punto de doce posibles y trece goles en contra.
En esta ocasión Marcelino no estaba irónico ni defendió a sus jugadores. Parecía cansado y desanimado, harto de tanto sufrimiento estéril. Y reconoció que no se había merecido la victoria. Es posible que sea necesario que se vayan diciendo las cosas por su nombre y señalando culpables. Porque Marcelino es el responsable, pero su plantilla y el dueño del club también deben ser observados con ojos críticos por la afición del Real Zaragoza.