Ya son muchos años de buscar la propia identidad y de ir dando tumbos por la Primera y la Segunda División. Con algunas satisfacciones puntuales, pero con más decepciones y fracasos que triunfos. El Real Zaragoza perdió una oportunidad histórica después de la conquista de la Recopa para ser un gran equipo. A Alfonso Soláns no le gustó apostar por la historia y buscó un equilibrio entre el éxito deportivo y la tesorería. Como el fútbol no es un negocio convencional, se fue alejando de la afición y el Real Zaragoza cayó en picado. Aunque se salvó de un descenso rápido, todo apuntaba a que se iba a terminar en Segunda, como ocurrió pocas temporadas después. Se consiguieron tres finales de Copa y dos títulos a caballo entre los siglos XX y XXI, pero incluso la faceta económica empezaba a ser claramente contraria pese a los ajustes en fichajes.
La llegada de Agapito fue consideraba como un cambio de rumbo imprescindible para regresar a Europa. Y el primer año dio resultado, con el aplaudido regreso de Víctor Fernández y una revolución en el vestuario, con futbolistas de renombre y fichas millonarias. Esa temporada se estuvo a punto de disputar la Champions, pero todo estalló por los personalismos de mucha gente dentro del club y un rosario de errores que nos llevaron dramáticamente al descenso y a una pavorosa deuda que ha impedido reforzar convenientemente al equipo en la vuelta a Primera.
Ahora, sin crédito popular, el palco presidencial apenas goza del beneficio de la duda por sus continuas equivocaciones. El Real Zaragoza ha vuelto a ser un club oscuro, sin líder, que no contesta a las preguntas de la gente. Que se empeña en meterse en guerras estúpidas y estériles, como la de Lendoiro por Lafita. Que fracasa en fichajes necesarios durante la pretemporada y hace el ridículo en las postrimerías del mercado de verano. Que duplica cargos en su vasta estructura directiva, con fichajes que apenas valen para nada y que no resuelven los problemas, sino que los complican.
Total, otra temporada tirada a la basura. Con la certeza de que el entrenador se irá a final de esta campaña, cansado de promesas incumplidas y de remar en solitario mientras los demás están de brazos cruzados. Sin saber qué pasara después porque el activo del club se dilapida, como en el caso de Ewerthon, y con una sensación de cansancio por parte de una afición que está harta ya de expectativas sin respuesta real por parte de sus dirigentes.