Es el signo de los tiempos que nos toca vivir. Ya pasó en la década de los cincuenta, con la ruina de Torrero y el descenso del Real Zaragoza a Tercera División. Parecía que el mundo se terminaba y que el fútbol desaparecía de la ciudad. Y llegó la construcción de la Romareda y más tarde la venida de "los magníficos", que dieron tanta gloria al zaragocismo. Después llegaría una década con dos descendos a Segunda División, unos años de transición sin lustre y otra vez la Copa en el 86. Y así hasta la Recopa, con quince años de sobresaltos y de pérdida permanente de identidad e importancia en el plano futbolístico nacional.
Ahora estamos en la quiebra económica y con una plantilla que jamás pensamos que íbamos a soportar. Animándoles incluso porque el talento no les da para más, cambiando la exigencia de una crítica Romareda al apoyo incondicional para que consigan una victoria por la heroica (otra más) ante el Getafe. Hace unos años sonaría a broma de mal gusto, pero ahora estamos hundidos hasta el cuello y se trata de sacar la cabeza para tomar aire y seguir desenterrándonos.
En Sevilla se hizo lo que se pudo y no fue suficiente. Se mejoró, dio la impresión el equipo de mayor combatividad y se crearon ocasiones de gol. Pero faltó acierto, algo de suerte y un árbitro más afortunado, demasiadas combinaciones negativas para sumar los tres puntos en el Sánchez Pizjuán donde, al final, en las últimas temporadas salimos goleados.
Habrá que hacer un llamamiento a la afición para que acuda el lunes a las nueve a la Romareda para animar a los jugadores, que ya empiezan a tener muchas dudas sobre la permanencia porque los números no salen y los demás parecen haberse escapado de la quema. Sólo somos cuatro equipos para tres puestos y eso es tan peligroso como estresante para una plantilla blanda y por encima de sus posibilidades.