Empatar en el Molinón a cero es lo mejor que pudo hacer el Real Zaragoza en otro partido disparatado y sin remate. Las dos acciones de Doblas en la primera parte y el balón que sacó bajo los palos Gabi significaron que la portería se mantuviera a cero y que los de Aguirre sumaran un punto en su casillero. Algo insuficiente a estas alturas de la competición y que demostró que, en estos momentos, los blanquillos están por debajo de los asturianos. El Sporting de Preciado sabía a lo que jugaba y aún debe estar dándose de cabezazos por no haber ganado el partido.
Si en los primeros cuarenta y cinco minutos el encuentro estuvo equilibrado, eso sí, sin ningún acierto en el remate, la incorporación de Uche y Braulio terminó por descomponer a un Real Zaragoza que se rompió y le entregó el dominio del balón a los gijoneses. El equipo naufragó hasta que tuvo que introducir Aguirre a Jorge López para intentar normalizar un choque que cada vez tenía más color rojiblanco.
El acoso del Sporting fue cada vez mayor y los últimos minutos fueron de aplastamiento, donde el equipo se convirtió en un frontón sin mayor concepto futbolístico que el de terminar amarrando el empate. Algo tan pobre como triste, porque verse arrastrado a esta situación desanima a la afición, que ya está rumiando un posible descenso sin que exista esperanza para una plantilla tan limitada como desgastada.
La imagen ofrecida en Gijón fue la de la desesperación, estar en manos de los demás, ajustarse a una salvación que cada día es más lejana e imposible. Hay que ganar por lo menos cinco de los seis partidos en casa y con esta moral y escasísimas fuerzas, parece una misión prácticamente imposible.