Esa frase es histórica y la dijo Alfonso Soláns en un difícil momento del Real Zaragoza. Terminó con un descenso hace nueve años y la hago mía, no por la actitud arbitral, sino por la trayectoria última del club aragonés en estos tres últimos partidos. Había que ganar los tres encuentros para fortalecernos ante un calendario que se va a convertir en imposible a partir de ahora. Estoy tremendamente desilusionado con una plantilla que hizo lo más difícil en enero y que ahora ha vuelto a las andadas. Perder dos puntos ante el Racing fue imperdonable y el fraude de la semana pasada, intolerable como ya dije. Y predije una derrota ante el Atlético porque su pólvora, mojada hasta ahora, tenía una potencia inusitada ante una defensa irregular como la zaragocista, empeñada en recibir goles como los del Kun el sábado por la noche.
Aguirre fue desnudado por Quique Sánchez Flores y en la primera media hora nos dieron un baile de cuidado, por culpa de un sistema novedoso condenado al fracaso desde el principio. Vi la goleada en el casillero zaragocista hasta en cinco ocasiones, pero Leo Franco estuvo formidable y atajó remates inverosímiles. Poner juntos a Sinama y a Braulio, dejar a éste tirado en una banda, mantener a Boutahar perdido en la otra y situar un trivote estéril en el centro del campo, fue un regalo para los colchoneros.
La salida de Bertolo le dio otro aire al equipo que mejoró ante el caos del Atlético de Madrid pero cuando más cerca estuvimos del gol, llegó Agüero y nos destrozó con un contragolpe letal. Luego, nadar para morir en la orilla y dos balones al larguero en el estertor de un moribundo que parece revivir mientras el corazón le estalla.
Dilapidar con la intolerable actitud de la semana pasada tres puntos en Alicante nos han llevado otra vez al horror del abismo, a pensar en que casi todo está perdido, mientras en el Molinón afilan sus uñas los asturianos para darnos el zarpazo definitivo y dejarnos a merced de una Segunda División que otra vez vuelve a sonar con más fuerza en un Real Zaragoza a la intemperie y hundido en sus propios errores, en su limitada capacidad ofensiva, en su tremendo trauma de seguir bajo la presidencia de Agapito.