La situación de un equipo no puede cambiar de la noche al día. Y la llegada de Aguirre significó la excusa para echar a Gay y aguantar, de la mejor forma posible, hasta la llegada del mercado invernal. Cabía que sonara la flauta por casualidad y que se ganase un partido, lo cual no ha ocurrido, y nos plantamos con una victoria en dieciséis partidos. Unos números tan ridículos como jamás había conseguido el equipo aragonés en cincuenta y ocho años de historia en la Primera División. El empate a nada de Pamplona, sin opciones jamás de ganar, es un claro ejemplo de la impotencia blanquilla.
Ahora hay que esperar a que el mexicano tenga suerte con los contactos abiertos y anime a media docena de amigos y conocidos a que vengan a Zaragoza y le ayuden con el milagro. Unos días que van a ser muy interesantes periodísticamente hablando y que supondrán una segunda oportunidad a un equipo que se ha instalado en el farolillo rojo de la competición y que se encuentra a gusto arrastrándose por los bajos fondos de la Liga.
Mientras tanto, Agapito contempla desde su burbuja la actualidad y disfruta siendo el centro del mundo. Le apetece mucho que vengan con posibles soluciones pero que éstas sean débiles y sin consistencia. Para hacerse de rogar. Y así, encontrar al final una salida digna que le permita marcharse sin mancha después de un funesto mandato que ha dejado hecho añicos a un Real Zaragoza que no sabemos si volverá a ser el que fue.