jueves, 25 de marzo de 2010

Inadmisible

Ha tenido que pasar veinticuatro horas para que regrese al teclado del ordenador para escribir un artículo referido al partido del Real Zaragoza en Almería. El mismo miércoles por la noche, antes de intervenir en el programa "La Jornada" de Aragón TV, redacté mi columna radiofónica "Desde el fondo de la red" donde me mordí la lengua para evitar que salieran demasiadas cosas que, con el paso del tiempo, son tamizadas hasta amortiguar la violencia del primer momento.

Es una pena pero hemos vuelto a las andadas. Parece que la reacción del equipo tras la llegada de los refuerzos de invierno ha llegado a su final. Se han contaminado los nuevos de los mismos vicios que los antiguos, con la misma fragilidad mental y escasa voluntad de sacrificio sobre el terreno de juego. Los jugadores están cansados, sin fuerza para el gran esfuero final que exige la permanencia a diez jornadas para el término de la competición. No hay fe, no se da un paso adelante y parecen pensar que los demás nos ayudarán a permanecer en Primera División.

El esfuerzo mental y físico que supuso el partido contra el FC Barcelona pasó factura en Almería. Y se vio a un equipo vulgar, timorato, sin calidad, lento y sin capacidad de reacción. Un ramplón adversario, maquillado con la filosofía de un vendedor de humo como es Juanma Lillo, superó en todo momento al Real Zaragoza. Cuyo entrenador se cargó de un plumazo, con los cambios en la formación inicial, cualquier opción de victoria.

Ahora queda solamente esperar el milagro, que se gane por la heroica al Valencia y se sumen tres puntos vitales para no caer en el abismo. Pero tanto fiarse de la emotividad producto de la pasión del graderío, está condenado al mismo fracaso que en los últimos partidos de la Romareda. Porque, al final, quienes ganan o pierden los partidos, son los jugadores.