Tengo que reconocer que el descenso de categoría la temporada pasada fue un golpe tremendo para mi. Era la tercera vez que sufría una humillación de tamañana consideración en más de treinta años de profesión y la segunda en la época más convulsa y apasionante demi carrera. Por eso me despreocupé el año pasado por estas fechas de los partidos amistosos de pretemporada, sumergiéndome en la apatía para no sufrir.
Pero ahora es diferente; el regreso a la mejor Liga del mundo me estimula y contemplo con delectación los partidos que nos ofrecen las televisiones este verano. Le saco partido a un pase, a un taconazo, a un disparo inverosímil o a un centro con los ojos cerrados. Pienso en que el Real Zaragoza puede competir contra los grandes porque estoy convencido que las incorporacipones a la plantilla pueden darle otro aire al club aragonés.
El balompié es mágico y el espectáculo que proporciona es lo más gratificante que conozco sobre un terreno de juego. Me gusta el fútbol y disfruto transmitiendo un partido de fútbol porque las sensaciones que se transmiten son compartidas por miles de aficionados que viven con pasión lo que ocurre en un estadio.
La gente de Zaragoza lo merece todo. Su comportamiento durante las dos últimas temporadas es un ejemplo decompromiso y de cariño a unos colores. Por eso espero que los dirigentes del club, especialmente Agapito Iglesias, sea capaz de retornar con inteligencia la actitud de su público. Es verdad que él arriesga su patrimonio, pero no es menos cierto que el público se entrega con pasión a sus colores y eso es de de agradecer porque un estadio vacío es una tumba.
Quiero disfrutar, cantar goles con furia, entregarme a la radio con la misma intensidad de otras temporadas, cuando hemos luchado por entrar entre los tres primeros o hemos disputado finales de Copa. Con la humildad que nos obliga saber de donde venimos, pero con la seguridad de conocer hacia dónde vamos.