Este fin de semana regresó el máximo accionista del Real Zaragoza a Navaleno, donde prepara la próxima temporada la plantilla de Marcelino. Se sometió a una rueda de prensa, exigida por los medios allí presentes, y respondió de otra manera que a lo largo de la temporada pasada, más locuaz y con algunos interrogantes en sus planteamientos. Vamos, que ha aprendido a ser más prudente y reflexivo, asumiendo la nueva realidad del fútbol y de su club, que acaba de regresar a la Primera División con el objetivo conseguido de hacerlo en una temporada.
Agapito guarda algún as en la manga porque se mostró optimista y convencido de las posibilidades del equipo, al que le exigió mucho más que la permanencia. Puso el listó muy alto, ya que al referirse a la quinta o sexta plaza, indicó sin decirlo que aspira a la clasificación europea.
Tiene razón a la hora de anticipar que la salida de Zapater será muy cuestionada: el ejeano se ha ganado el cariño de la afición y es un referente para la masa social aunque su rendimiento sobre el terreno de juego no haya sido espectacular. Ha jugado lesionado, en diferentes posiciones según las necesidades de los técnicos y sintió como muy pocos el decenso de categoría. Pero también dice la verdad cuando asume que quizás sea la mejor solución para todos, ya que el futbolista necesita una salida para crecer fuera de la jaula que supone para él mantenerse sin la confianza del entrenador y el club recibiría como el agua de mayo más de cuatro millones de euros por su traspaso.
En lo que estoy en desacuerdo con Agapito, es en que no hubo errores en la planificación y el diseño de la temporada que nos precipitó a Segunda. Se actuó con cierta prepotencia de nuevo rico, con fichajes carísimos y fichas imposibles de aguantar para un club de nivel medio como el Real Zaragoza. De hecho, las cosas esta temporada se están haciendo mucho mejor y con más criterio, según mi opinión.
Al máximo accionista del club le falta un poquito de humildad y ahora que es capaz de expresar sus ideas con una mayor transparencia ante la prensa, no estaría de más que se mostrase más cercano a la afición asumiendo sus errores como un ser humano que es. Porque el dueño económico del Real Zaragoza tiene nombre, pero su alma es anónima ya que se trata de los miles de aficionados que son, han sido y serán, desde hace más de tres cuartos de siglo, en Aragón.