martes, 13 de julio de 2010

Una larga y dulce resaca

Las noches de fiesta suelen dar lugar a un día después donde el dolor de cabeza y el malestar convierten la luz del sol en una tortura. El triunfo de la selección española y la celebración en Madrid de la victoria, por el contrario, han alargado con alegría y satisfacción un título que es histórico y que se merecía el fútbol de nuestro país.

No sé si fueron medio millón, un millón o dos millones los aficionados que acompañaron al autocar de los vencedores, soportaron el calor y las horas de espera y disfrutaron del escenario al otro lado del Manzanares. A mi me parecieron muchísimos, más de los que días antes se manifestaron en Barcelona. Y fue una presencia en la calle donde no se excluyó a nadie, donde no se criticó a ninguno de los puebos de España, donde no había odio. Por fin la gente se atrevió a llevar la bandera española, a cubrirse con ella, a enarbolarla con orgullo. A sentir su nación mientras se envolvía en otras banderas como la extremeña, la valenciana, la asturiana o la aragonesa, que hacen más brillante la rojigualda. O a entonar el himno, el que es de todos los españoles sean de donde sean y con las tendencias políticas que les llene como ciudadanos.

Fue una gozada contemplar cómo millones de personas en todo nuestro territorio se sentían felices, sin la mezquindad de independentismos trasnochados producto de la ira, el prejuicio o el analfabetismo. Un sentimiento de inferioridad que supongo sería fuego en el estómago de los aprovechados que desean romper una nación por intereses egoístas.

Desde La Coruña a Almería, desde Cádiz a Gerona, nuestro país se hizo grande al abrirse a una felicidad limpia de complejos y que respondía simplemente a la identificaión de un país con una selección de fútbol que ha demostrado coherencia, humildad y capacidad de sacrificio. Además de talento y brillantez. Con jugadores catalanes y vascos, canarios o andaluces, que han respondido con honor al compromiso de representar a España y que, dándole valor a sus orígenes territoriales, han hecho más grande el triunfo.

Yo he disfrutado doblemente estos dos últimos días: por haber sido un afortunado al convivir con la selección campeona del mundo, y por la lección que la población de a pie le ha dado a quienes se creen que representan a alguien y son, simplemente, aprovechados de una situación que les hace vivir por encima de sus posibilidades y sus merecimientos.

¡Viva la selección! ¡Viva España!